Todavía
- Aura M. Escalante
- 2 abr 2022
- 4 Min. de lectura

Cuando pienso en Perú no sólo pienso, sino que siento en todo mi cuerpo la palabra esfuerzo.
Esta imagen que elegí para ilustrar la expresión todavía, hace gala de cómo una sola palabra con sus diferentes connotaciones puede experimentarse en diversas situaciones y aun así hablar desde la misma esencia. Esto es a lo que popularmente se le conoce como “la extensión de la palabra”.
En todo el viaje, cruzar la frontera de un país a otro siempre representó un gran esfuerzo porque lo hacíamos casi sin dinero. En el transcurso de nuestra travesía y a través de nuestras actividades económicas el país nos sostenía, alimentaba y confabulaba con nuestra intención de conocerle. Nos permitía observar de qué estaba hecho; historias, personas, sabores, lugares, paisajes, saberes, sonidos y experiencias que nos abrían el corazón, la mirada y la imaginación.
Una vez que los tres meses estipulados en la visa de turista llegaban a su fin el país se quedaba con todo aquello que nos había prestado para llevar a cabo nuestro andar en su territorio, enviándonos con las manos listas para recibir lo que otro país tenía preparado para nosotras.
Así fue, que en nuestros primeros intentos por sostener el viaje en Perú, mientras caminábamos en parques y plazas públicas ofreciendo los aretes, pulseras y collares que tejíamos con mucho esmero, conocimos otra connotación de la palabra todavía.
¿Todavía qué? ¿Todavía no quiero, regresa al rato? ¿Todavía no me decido por el que más me gusta? ¿Todavía no me alcanza? ¿Todavía no es quincena? ¿Todavía tengo un asunto pendiente y después te atiendo? ¿Todavía no me convences? ¿Todavía no tengo ganas de comprarte nada? ¡¿TODAVÍA QUÉ?!
Bueno para no hacerles el cuento largo, en Perú la gente ocupa la palabra todavía para decir "no". Así como lo leen, y no “todavía no, gracias”, sólo dicen “todavía”. Parecerá ridículo, pero entenderlo nos llevó tiempo. Fueron muchas las personas a las que les insistimos contándoles sobre nuestro viaje después de un todavía, y otras que tras la insistencia decidieron ignorarnos. Sí, ignorarnos. Porque en nuestro mundo decir todavía era sinónimo de -aquí hay una oración incompleta, están en medio de algo, aún tenemos que intentarlo- y en el suyo simplemente era un no rotundo.
Resulta tan extraño hablar el mismo idioma y entender cosas muy diferentes al usar la misma palabra. Porque seguro para cada una de estas personas fuimos la personificación de un par de mexicanas necias y para nosotras fueron peruanos con la imposibilidad de terminar una oración.
Cuando pienso en lo que Perú me mostro de sí, puedo entender porque usan la palabra todavía para decir no a algo:
Las 3 500 variedades de papa, que sostienen una de las gastronomías más ricas del mundo, gritan al unísono “todavía”. La papa es aquella que crece ante el mal tiempo con buena cara y a quien la come le infunde la fuerza necesaria para vivir y trabajar en la montaña.
Áncash con caminatas de más de 20 kilómetros a alturas más allá de los 4 000 m.s.n.m. nos llevó a exclamar incontables veces “¡¿Qué, todavía falta camino?!”, para después revelarnos magníficas lagunas de azules claros y también profundos, rodeadas de altos picos nevados que reemplazarían el todavía por una larga exclamación de asombro. Este entrenamiento paulatino fue un regalo que nos preparó para avanzar con total inmunidad en Bolivia, Chile y Argentina, entre personas que vomitaban o se desvanecían ante el mal de montaña, que la cordillera de los Andes tiene como uno sus incontables encantos.
“¿Todavía sigue trabajando?” fue algo que a menudo me preguntaba y que, ante la respuesta obvia, me sorprendía. Cada sol que la gente en ese país gana, o al menos la gran mayoría; esa que tiene los privilegios contados. Lo hacen de manera esforzada. Su jornada no conoce días libres, inicia cuando el astro se eleva en el horizonte y termina más allá del ocaso.
Todavía es usado como un no, pero en el fondo lo que dice es “aún estoy trabajando para sostener y construir lo que me es importante”.
Todavía revela el carácter de aquello que crece en el desierto; Chan Chan, la ciudad precolombina, que desafía con su extensión, el alto de sus muros de adobe y la belleza de sus ornamentos a quien la recorre. Lima, que nace en la arena con casas de cartón, dando la doble y confusa impresión de estar hundiéndose y emergiendo al mismo tiempo. Y que en su corazón de capital guarda un parque que en sus bancas llenas de mosaicos hablan de amor a quienes se sientan a contemplar el mar desde ellas.
También están las misteriosas líneas de Nazca, que, a pesar de no tener un trazo profundo en la arena, y ser agitadas en todo momento por vientos veloces, se presentan todavía como atemporales dibujos que pueden ser contemplados desde la altura.
Podría seguir enumerando incontables ejemplos de cómo Perú introdujo en mi con su todavía la sensación de esfuerzo. Durante mucho tiempo de mi vida esforzarme fue algo que me invocó resistencia, porque estos tiempos en los que nací y vivo me acostumbraron a lo fácil, rápido e inmediato. Hoy puedo decir que estoy cansada de eso y que mi connotación del esfuerzo se ha transformado; esfuerzo para mí se traduce en la libertad y gozo que tengo de construir con determinación y constancia aquello que me es importante.
Es bellísimo. Gracias por compartir tu experiencia, tu sentir y tu alma con nosotros, te abrazo con fuerza, gracias por tu este lindo momento de reflexión que has dejado en mi. Plenitud en todo lo que hagas, gracias, gracias, gracias.